Por el año 1941, los muchachitos de Surquillo, concurríamos al Centro Escolar 401 de la entonces avenida Primavera (hoy Angamos) en Miraflores. Cursaba el primer año y mis padres tomaban todas las providencias para que llegáramos con normalidad a la hora de entrada. Era nuestro inicio escolar y, como siempre, existíamos los sentimentales, afectados por ese cambio brusco del hogar al colegio. A esa primera cita, llegué acompañado por mi querida madre.
Poco a poco llegó la costumbre. Hice amistad desde el pitazo inicial. La hora del recreo, se convirtió en mi favorita. El blanco e inmaculado guardapolvo, no tardaría en cambiar de color. Carreras, saltos y todos los juegos inimaginables, tenían cabida en nuestro diario vivir escolar. Las reprimendas de la maestra, los castigos de la época, (todavía se practicaba aquello de "la letra entra con sangre") y la notificación para llevar a casa, era lo más desagradable a cumplir.
El famoso tranvía de Chorrillos a Lima, era la gran preocupación de nuestros padres. La audacia infantil y la palomillada, nos convirtió en "gorreros prematuros". Eramos inconscientes del peligro y el juego nos distraía y exponía a lo peor. Imagínense, a mis escasos 7 años y ya estaba envuelto en distracciones como la que motiva esta nota. Debo recordarles que aquel armatoste llamado tranvía, era el protagonista de muchos accidentes sobre los rieles, con su saldo de muertes.
Saliendo del colegio y rumbo al hogar, se me ocurrió chancar "chapitas". Tenía unas 20 y las colocaba en hileras sobre uno de los rieles. Tan concentrado estaba, que no advertí la proximidad del carromato. Una a una ubicaba las chapitas y pensaba en los "run run" que iba a obtener, para jugar al "no hay gallo para mi pollo". Me había quedado rezagado y mis compañeros se habían alejado considerablemente. Sólo, en medio de los rieles y pese a los gritos de las personas adyacentes, seguía en mi tarea.
Mi reacción fué tardía. Me vi de pronto ante aquella gigante máquina y, paralizado, no atiné a nada. La sirena sonaba y el motorista, quien sabe si, irresponsablemente, aceleraba como para asustarme, frenó con gran estridencia, dificil para detener su vehículo. ¿Que pasó?... Como enviado del cielo, un soldadito de nuestro ejército, con su verde uniforme y cual super hombre en acción, me tomó en sus brazos y se arrojó a un lado, cayendo ambos en medio de una acequia que bordeaba los rieles.
Había estropeado su vestimenta y sin embargo, atinó a consolarme en mi llanto. Mientras el tranvía se alejaba, atinó a llevarme a una tiendecita cercana y juntos, bebimos una gaseosa. Viéndome calmado, se fue raudo a su servicio militar, quien sabe con tardanza ocasionada por mi negligencia. ¿EXISTE EL ANGEL DE LA GUARDA?... ¡AFIRMATIVO!... No volví a verlo y casi a diario, por muchos años, traté de ubicarlo. Debe estar al lado de Dios, cumpliendo nobles misiones. Gracias.
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