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domingo, 11 de julio de 2010

ZOILA ESPERANZA ¡MI SUEGRA!. ¡FUE UN AMOR EN CARABAYLLO!,

De muchacho siempre oía decir bromas acerca de las suegras. Las letras de las canciones jamás hablaban bien de ellas. La fama de las madres políticas, no era nada buena. Y ante ese panorama adverso cuando hube de ir al altar, rogaba no caer en tal desgracia. La experiencia de mi padre con la suya, no pude verla porque mi abuela murió temprano. Con respecto a mi madre, la conoció sólo por cartas porque jamás llegó a la capital. A mis 21 años, conocí por vez primera a una suegra propia. Confesaré que mi primer encuentro con Zoila Esperanza, no fue tan grato.

La del gorro rojo es mi querida suegra.
Aconteció una noche pasadas las 11 y que acompañábamos de retorno a su hogar, a la que sería mi esposa. Ni mis amigos Leonidas Carbajal y Manuel Sotomayor, este último músico acordeonista que nos acompañó a celebrar su cumpleaños a un chifa, se salvaron de la reprimenda que, en trío, recibimos de la cincuentona señora de pelo plateado. Era la segunda vez que trataba a esta mamá, muy pegada a su disciplina antañera. Con Antonieta, mi querida "Gaby Rossi", sólo duró el noviasgo un año. ¡Para qué más!... adujeron mis suegros. Llegamos al Altar un 30 de Noviembre de 1958.

¡Super engreída!
Debo confesarles algo y muy sincéramente. Me saqué la suerte con mi suegra. Cómo olvidar esos desayunos y almuerzos de los domingos, cuando caíamos de visita casi obligada. Zoila Esperanza Quiroz Perasso, una dama peruana descendiente de genoveses, me abrió su cariño y con Moisés, su viejo, encontré otra casa paterna. En poco tiempo nos tratábamos con la confianza que debe existir en una familia. Manuel, 4 años menor que yo y todavía estudiante universitario, se asimiló al panorama y se convirtió en un hermano más. Lo mismo pasó con Juán, el cuñado radicado en España.

¡Ah!... Me olvidaba de la abuelita María, la suegra de Moisés y que vivía con ellos. De un genio especial, sucumbió ante el sonido de mi musical acordeón. Cantaba como la nieta y también llegué a quererla. Se nos fue temprano y con gran dolor. No cambió en nada esta familiaridad, hasta que nos llegó la madurez y para ellos la vejez. Les diré que en los momentos más difíciles de salud de Zoila Esperanza, creció aún más mi afecto hacia ella. No podré olvidar nunca aquellas sus palabras de consuelo cuando perdí a mi madre. Con una certeza de su personalidad me dijo y hoy evoco:

¡Ella ya descansa al lado de Dios. Ahora, yo soy tu madre!. Me abracé y lloré a su lado y, en efecto, desde aquella vez, nunca la abandoné y la llené de todo mi amor de hijo agradecido. Zoila y Moisés, suplieron con creces la ausencia de mis padres, ambos fallecidos en tan sólo un mes. Barbarita y Angel, no soportaron la separación. Primero se fue él y como si hubiera firmado un compromiso con su viejo, justo el día de su primera Misa, nos dejó igualmente la que nos enseñó a rezar. Gracias a Dios, una suegra querendona y su siempre amado esposo, fueron mi consuelo total.

Cuando Moisés tuvo que viajar, Zoila Esperanza se refugió en mi hogar. Sólo eran recuerdos los tiempos en los que nuestras visitas a su hogar, llenaron su soledad. Esa ancianidad suya me llenó de energía especial y experimenté la belleza sublime de dedicarme a su cuidado. Gracias a ella, y me lo decía, gané el cielo. Hasta que también partió. Cuando fuí operado del colon, acudí a su recuerdo y al de todos los que están en el más allá. Son dos años y tres meses que sobrevivo al cancer y me entretengo en este teclado milagroso, siempre acompañado de Zoila Esperanza, mi suegra adorada. Gracias.

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